El vampiro y su evolución.
En la mente mítica no caben sutilezas, o al menos no las mismas que usamos nosotros. Las cosas que se parecen o que están en contacto, son lo mismo. Es un principio del conocimiento que, estirando tiempo después nos llevaría del mito a la ciencia.
Pero me interesa hablar de lo accesorio, de cómo el depredador vampírico ha ido cambiando en el eterno juego entre entre cuentacuentos y su público. En esa vida evolutiva y compleja que sufre la ficción hay muchas cosas de interés. La creación del vampiro es la misma creación de cualquier mito. Sobrevive y se hace más rica y compleja, se adapta a los tiempos como cualquier ente sometido a presión evolutiva. Al igual que la teoría de la evolución biológica cifra la reproducción como el motor del cambio, el objetivo de las historias es pervivir en la memoria, sobrevivir a una generación posterior de contadores de historias, si reproducirse en las mentes de los escuchantes para que estos la transmitan a otros.
Las grandes historias suelen ser esenciales y certeras, contener elementos de impacto inmediato y perdurable. Algunas de ellas, como el cuento de la Caperucita Roja, tienen miles de años y se pueden trazar en cientos de culturas. Al mito del vampiro le sucede otro tanto.
Al principio, en el gran corpus que va desde los vampiros griegos —Empusas, Lamias, Estirge y Mornos— a los más modernos brucolacos, también griegos, a los eslavos vampyr, strigoi, moroi, el vampiro ya era diferente de los tradicionales seres incorpóreos. El vampiro se imaginaba con existencia física, a diferencia de otros seres sobrenaturales, y esa corporalidad era fuente de todos los horrores y también de algunos disfrutes. El vampiro compartía con nosotros su naturaleza física y, a la vez, era un no-muerto, un ser sobrenatural al margen de la naturaleza.
En el luminoso siglo XVIII todos esas tradiciones, esos cuentos de miedo, cristalizaron como solían hacerse las cosas antes de internet, en un libro que fue recopilación e ilustración de lo que había. Ese libro lo escribió el padre Calmet en 1751 Traité sur les Apparitions des Esprits et sur les vampires ou revenans de Hongrie, de Moravie, etc. París: Debure Latine. Ahí se referían todas las tradiciones, todos los atributos del vampiro, a veces contradictorios: el ser que tiene poder sobre las bestias, que se transforma en niebla, que chupa la sangre, que puede ser reconocido si un caballo blanco o una virgen camina sobre su tumba.
Muchos de esos vampiros eran fantasmas, muertos vueltos a la vida por accidente, maldición o costumbre. Algunos de ellos se especializaban en atormentar a sus propios familiares. Como sucede a menudo, la intención de los cuentos era didáctica; había que tratar bien a los viejos y a los muertos enterrarles apropiadamente para que no regresasen a perturbar la paz de los vivos.
De ese rica tradición, cuando no directamente del libro de Calmet, destilaron Bram Stoker y sus antecesores, Polidori, Le Fanú, Potocki etc., sus vampiros ya no míticos sino literarios. Sus historias se depuraron de cualquier signo fabulístico y se convirtieron en vehículo de sus inquietudes artísticas. Era ya el fin del neoclasicismo, el barroco quedaba muerto y enterrado y nacía el gusto por la sombra y la locura, la negación de la sociedad y lo estándar y la exaltación del individualismo hasta la tumba y... más allá.
Los vampiros ya no era simples muertos revividos, eran personajes literarios. Por tanto, al elegir sus vampiros, cada escritor puso algo fundamental en un monstruo tan cercano, su sicología, su naturaleza humano-monstruosa. El vampiro era un ser que una vez fue humano y luego devino en monstruo. Así, los vampiros eran románticos, como lo eran sus escritores. Seres dolientes, condenados a un destino inefable, malditos e impotentes.
Y el último y definitivo de esos que convirtieron el mito en arte fue Stoker, que escribía ya en un tiempo post-romántico, al final de una época, la victoriana que comenzó siendo romántica y terminó rendida a la industrialización y la ciencia. El vampiro de Stoker ya no es un ser doliente. Es un ser malvado sin posibilidad de redención, un viejo noble transilvano que ya era cruel e inhumano en vida. De humano era terrible y de vampiro no mejoraba, era el MAL. La novela de Stoker tiene más que ver con Verne que con Byron, sus personajes no son dolientes sino activos y persiguen y acaban con el monstruo.
Pena que Stoker no diera el salto e hiciera lo que apuntaba ya su narración, concediéndole el protagonismo a Mina, la víctima, para defenderse y vencer al monstruo.
Hay muchos más vampiros literarios —femeninos, caricaturescos nobles, terribles— pero luego es en el cine donde el vampiro se adueña del todo del inconsciente colectivo como uno de los pocos monstruos arquetípicos que dicen algo de nosotros mismos. El vampiro del cine desarrolla el arquetipo que inicio Stoker y otros, en una curiosa involución, se convierte de nuevo en un ser romántico. Es en origen un monstruo de origen noble y terrible que poco a poco, va adquiriendo de nuevos características más humanas, más débiles y sensibles.
Gana en complejidad y poco a poco, la parte humana del vampiro interesa cada vez mas en un tiempo, el nuestro, y una cultura, la popular, que muchos han definido como post-romántica.
Para entender ese cambio hay que entender uno de los significados del vampiro que se ve mejor si uno considera que el ser vampírico también es un ser antisocial, por biología, por sicología o por moral, o carencia de ellas. En el mundo más antiguo, la sociedad y la religión era todo uno. Por eso el vampiro huye de los símbolos religiosos porque él está fuera de la sociedad y la sociedad y es unánimemente religiosa. Nada puede quedar fuera de ese paraguas, salvo los monstruos, las criaturas de la noche.
Con la modernidad aparece el concepto de existencia moral al margen de la religión. Y el vampiro que estaba fuera de la sociedad siendo demoniaco, ahora comienza a ser asocial existencialmente. También el vampiro parece rebelarse de esa sociedad terrible, reductora del individuo, y regresa al concepto del vampiro individualista y sufriente. Sigue siendo un monstruo egocéntrico, pero ya no es un sádico sino un masoquista que sufre y sufre entre mordisco y mordisco para sobrevivir.
Es el vampiro nihilista, punk, contestatario de Jóvenes ocultos, estilista de El ansía. Es también el vampiro de Anne Rice y el de el juego de rol la Mascarada, vampiros depredadores que también son seres sociales y desarrollan una sociedad en las sombras a remedo y como explotadores de la sociedad real, algo así como la patronal vampírica madre de todas las conspiranoias.
Pero nos queda una última vuelta de tuerca, el final del romanticismo punkarra, de los nihilistas góticos y emos. Lo que queda al final es el individuo alienado tanto por la sociedad como por la naturaleza. Alienado, sufriente e impotente. Es el vampiro en el paro, deprimido, homeless, enfermo mental. Es el vampiro que la sociedad deja fuera y desecha. El vampiro como marginado social.
Son estos vampiros ultramodernos los que más cerca creo que están de la sensibilidad de este principio de siglo. Ya no son seres existencialmente sufrientes, no tienen tiempo para ello porque tienen que sobrevivir en un mundo donde su naturaleza de depredador supremo queda superada por el capitalismo que consume carne y sangre, almas y mentes mucho mejor que ellos mismos. Son los vampiros sencillos y tristes de "Déjame entrar", el vampiro por accidente de Cronos.
Es el vampiro que me ha llevado a escribir este artículo, un vampiro accidental que quiere curarse de "cielo rojo sangre", emparentado con los vampiros enganchados a la sangre de "El ansía" pero sin sus lujos de alta costura y sin el carisma de Bowie y Catherine Deneuve.
Ahora el vampiro es una víctima más de una enfermedad o del terrorismo y no es especialmente existencialista, no busca la naturaleza de su identidad, el sentido del universo, le basta con sobrevivir, algo con lo que todos podemos identificarnos. Es una vampiro de alguna manera alejado de la juventud, un vampiro descreído, que ha vivido y ha visto que el mundo te mastica aunque seas una máquina de matar diseñada para cazar humanos y lo hace, en gran medida, porque estás solo.
¿No somos todos en gran parte esos vampiros? me pregunto yo.
Comentarios
Publicar un comentario