Juego de Tronos y los estados modernos.


Hay un momento memorable tanto en la serie como en los libros de Juego de Tronos, en el que el más odiado de los personajes, Geoffrey, dice algo así 

¿Por qué fiarse de los ejércitos de los señores de los reinos cuando podríamos tener un gran ejército dependiente del rey?

Ese es el fin del feudalismo y el inicio del renacimiento en la historia real. A pesar de lo odioso que es Geoffrey, es una referencia correcta, es en lo que desembocó la Edad Media, en lo que se resolvieron las eternas disputas y guerras entre señores que sucedieron desde el fin del Imperio Romano, que desde entonces ha sido una referencia constante para los que tienen la idea del orden perdido, cosa que es, en sí misma, también un mito, y ya sabemos cual es la fuerza de los mitos. 

Partamos del principio, para no perdernos. El feudalismo era un régimen político —político porque ordena el poder— que establece un escalón muy amplio y poderoso entre el rey y el pueblo, el común de los mortales. Estos son los señores feudales, que en la mayoría lo son por el poder de las armas y la conquista de un territorio y por el poder de las armas lo defienden y mantienen ¿Quién es el rey entonces? una figura de noble entre los nobles, el noble supremo, quién, no obstante, no tiene el poder por sí mismo, sino que depende de las fuerzas interpuestas de sus nobles vasallos, los abanderados. Esta relación es conflictiva y constantemente se producían alianzas, luchas de poder y equilibrios por privilegios que dominaron la política de las edades oscuras desde la caída del Imperio Romano. Estoy simplificando mucho, claro. 

Con el paso del tiempo el poder militar dejó de tener tanta importancia y se comenzó a construir un poder económico y comercial, cuando el mundo comenzó a abrirse a los viajes y al comercio. las ciudades comenzaron a tomar protagonismo y nació la burguesía. El poder se centralizó y el proceso terminaría desembocando en el poder absolutista del siglo XVII que ya sabemos todos cómo terminó.  

Justo ese momento es el que vive Juego de Tronos, el paso de lo medieval a lo renacentista, del poder fracturado y las monarquías débiles a un rey potente que elimine la dependencia de los caprichos e intereses de los señores feudales. Eso es lo que reclama Geoffrey. Curiosamente otra serie de fantasía épica que se ubica, más o menos, en el mismo periodo, es The Witcher.  

El poder centralizado presenta evidentes ventajas, si solo hay un poder ya no hay motivo para interminables guerras intestinas, solo las de la sucesión, que dieron para bastante sangre, sí. El conflicto se globaliza, lo que antes era una lucha de poder casi local, ahora se hace a nivel continental —luego sería mundial—. Se favorece el comercio, las infraestructuras y acciones coordinadas. Se desfavorece el autogobierno, la independencia y la lucha por lo propio. 

Es una tensión que llega hasta hoy en día, nacionalismos, localismos, micronismo me atrevería a llamar (los de Villaarriba contra los de Villaabajo) frente a federalismo, unión continental, globalismo, UE, ONU, etc. 

La lógica de Geoffrey es impecable. Lo que no lo es tanto y adquiere verdadera importancia, no es el mecanismo del poder, sino su objetivo. Un poder federal en manos de un tarado como Geoffrey hubiera sido aún peor. En manos de un sistema y, sobre todo, un espíritu, ilustrado y orientado al bien común, sería una bendición. 

Es un problema aún sin resolver, es como si hubiera dos polos, por un lado el gobernante (o sistema de gobierno) ideal, benévolo, perfecto, orientado al bien común y que hiciera uso de la planificación y la economía de escala para beneficio de todos, y el respeto a los pareceres individuales (que no fueran estúpidos, que también los hay). Ese poder debería ser lo más global posible. El problema es que su espíritu estuviera corrompido. Eso es lo que defienden los nacionalistas acérrimos, que ese ideal siempre es corrupto, sin olvidar que los localismos exacerbados derivan en toda una larga serie de problemas sin resolver también. No los voy a exponer, pero van desde falta de perspectiva, incapacidad para resolver problemas verdaderamente grandes, xenofobia, irracionalidad, etc. 

Pues ni una cosa ni la otra. El verdadero debate no está en el sistema (que puede ser de muchas capas y diferente en cada una de ellas) sino en el espíritu y en las garantías cuando alguien lo pervierte. El sistema medieval era notoriamente ineficaz en resolver esos problemas, el renacentista tampoco es que fuera una maravilla, ¿y el nuestro? Bueno, ahí estamos. 

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