El Ala Oeste de la Casa Blanca
Ayer terminamos de ver en casa el Ala Oeste de la Casa Blanca. Siete temporadas, a 22 episodios de 40 min por temporada son más de 100 horas de televisión. Ese simple hecho da cuenta de la naturaleza diferente de una serie de televisión frente a una película o incluso una serie de películas. Una producción tan longeva —aunque las hay más, ahí están los Simpsons con sus veintitantas temporadas— por fuerza tiene que capturar el paso del tiempo, explicarlo, que el espectador lo viva junto a los protagonistas. Eso si los guiones son buenos y sí, los de El Ala Oeste no solo son buenos en su nivel medio, a menudo son magníficos.
Explicar de qué va el Ala Oeste es en apariencia sencillo: de política, la política estadounidense y más concretamente, del devenir político en el día a día de la presidencia y sus fontaneros. Esa es la denominación que se suele usar en España para ese personal asesor absolutamente imprescindible pero anónimo, desconocido, casi oculto podría decirse, conocido tan solo por los que tiene una relación cercana con el poder, altos funcionarios, periodistas y miembros de la política de segundo nivel.
¿Qué cosas me parecen notables en la serie?
En primer lugar los personajes. El desarrollo de los personajes es magnífico, son personas concretas, en los que sus grandezas se ven matizadas por sus debilidades. El elenco, uno a uno, desarrolla su trabajo de forma encomiable. A los dos episodios ya estas capturado por los personajes y, aún más, por las relaciones entre ellos. Desconozco qué sucedió en los rodajes, si acabaron a tiros o no, pero por el tipo de química especial que se ve en la serie no parece. Los únicos actores conocidos, con auténtica proyección fuera de la serie, son Martin Sheen, el presidente y Rob Lowe. Los demás no han tenido una presencia notable más allá del Ala Oeste. Significa eso que son malos actores. En absoluto. A menudo la fama y el éxito no tiene que ver con la calidad de algo. De cualquier manera, el resultado, que es de lo que he venido a hablar aquí, hace que la serie se sustente en las relaciones interpersonales de todos ellos. Y, atención, esto no es un melodrama donde lo importante es eso y solo eso y el medio ambiente de los personajes lo secundario. No, justo al revés, aquí lo importante es el trabajo y lo secundario lo personal. A menudo lo personal lo que hace es meter palos en las ruedas de lo importante, el trabajo en el Ala Oeste de la Casa Blanca. Por eso la serie está llena de Workalcohólicos, lo único importante servir a su país y al presidente, al menos en teoría, porque a menudo sirven al partido o a su ética personal.
El paso del tiempo los va redondeando, envejeciendo —menos a Leo, que ya era viejo al principio— endureciendo y también un poco radicalizando o ablandando según quien. Lo vemos pasar día a día, enfrentados al devenir diario de una absoluta locura de asuntos nimios cruzados de vez en cuando por desafíos producidos por cuestiones internas de la política (reeleciones, tensiones políticas entre senado, prensa y Casa Blanca), externas (catástrofes, guerras, desafíos, visitas) y personales (amenazas vitales de todo tipo, desde atentados a enfermedades).
Esas son las armas de Sorkin y lo dice en algún curso de guión, enfrentar a los protagonistas con dificultades desmedidas, descomunales, imposibles, las cosas que alguien medio normal rechazaría de plano ya que el coste esfuerzo-recompensa, aún siendo la recompensa muy alta, hace que no salgan las cuentas.
Ellos no, una y otra vez, obstinadamente, deciden que les dan igual las cuentas, la vida personal, hasta la ética en algunos casos, por servir a un objetivo, que el presidente sea reelegido, llevar adelante los ideales, lograr cambios sustantivos en el sentido de su ideario, etc.
Esa es una de las partes que yo llamo de "Cuento de Hadas". Nadie, o casi nadie, ni siquiera los malos, los republicanos, en la serie tira la toalla y pierde los ideales, sigue en política por beneficio o por inercia. Aquí todo el mundo, aunque sea bajo capas y capas de cinismo, es integro y no ha perdido el norte. Vale, es una serie de ficción, una aproximación más negativa a la sicología humana y la hubiera convertido en otra serie, quizá en "The Wire".
La otra parte del "Cuento de Hadas" tiene que ver con una característica muy común en la ficción audiovisual estadounidense. Es lo que ha venido a llamarse "El sistema no está mal, lo que está mal son los individuos" Una y otra vez el sistema se demuestra válido, bueno. Quizá la serie no había pasado por el calvario de un presidente como Trump. La serie es, cien por cien, Obama. Se dice que las campañas de Obama se inspiraron mucho en la campaña de Santos en la última temporada.
La otra parte notable de la serie tiene que ver con una característica única de la televisión, —extensible al cine e incluso a la literatura, el teatro, al arte en general— que su naturaleza inspiracional. No hay nada, me atrevo a asegurar, nada, ni dinero a espuertas para crear institutos, becas, campañas en colegios e universidades, encuentros, incluso legislación, que sea más efectivo a la hora de crear vocaciones que una serie de televisión —una película, un libro—. Esto es así porque el arte habla el lenguaje del mito, el lenguaje del alma si nos pusiéramos poéticos. Dispara directamente, si está bien hecho, a el núcleo de nuestra imagen del mundo, como es o cómo queremos que sea, en el caso del Ala Oeste. La serie es, definitivamente, un cuento de Hadas político. Precisamente por ser un cuento de hadas, cumple la función de los cuentos de fascinar y darnos una cultura, encuadrarnos en el mundo o en el mundo en el que queremos vivir.
Como prueba de lo que digo es el tremendo impacto que la serie tuvo no en la política real de los Estados Unidos, que supongo seguiría siendo el pozo de serpientes que siempre ha sido la política, donde con suerte navegas salvando algo de tus ideales, La serie impactó en la imagen que tenemos de la política y, sobre todo, del potencial que tiene para transformar el mundo. Sí potencial que puede verse frustrado, pero que no debe olvidarse. Todos los personajes, incluso los más negativos, tienen claro eso en la serie. Nadie está ahí para aprovecharse, defienden unos ideales.
Eso va es diametralmente opuesto a otra forma de pensar —también un cuento de hadas, más bien de terror— que dice que la política es solo mierda, por tanto cuanto más lejos mejor. Tan falso es eso como lo otro.
El espectro centrista-algo izquierdista del Ala Oeste llegó a la vida real con el emblema para la campaña de Biden llevado por Josh Lyman, perdón, Bradley Whitford,
An unattainable TV fantasy? Why? Vote.
El poder del arte es tal que ese. En el 2008, Estados Unidos eligió a Obama como presidente. No se le escapa a nadie los paralelismos entre su campaña y la de Matt Santos.
Toby Siegler —perdón otra vez, Richard Schiff— estuvo ayudando en el 2007 en la campaña de Obama y cuenta que en cada parada en los estados que tenían que elegir representantes para las primarias del partido demócrata siempre escuchaba lo mismo. Rodeado de más de 300 voluntarios, todos ellos decían una y otra vez "eres el motivo por el que estamos aquí". Schiff también dice que cuando se analiza la elección, la diferencia que permitió la victoria de Obama se marcó en esos estados llenos de voluntarios fans de The West Wing. La razón por la que Obama ganó esas primarias y, en último término, las elecciones, estuvieron de algún modo relacionadas con la existencia de la serie y, sobre todo, esa última temporada dedicada a la candidatura y elección de Matt Santos como presidente.
Luego llegaron otras ficciones, principalmente Frank Underwood y Selina Meyer, una visión de la política muy, muy diferente, lejos del Cuento de Hadas de The West Wing. Es curioso pensar que después de esas visiones oscuras de Washington, llegó la época trágica de Trump.
De cualquier modo, con toda su carga de irrealidad (y qué es la realidad amigos, sino lo que percibimos como tal) The West Wing es una obra de arte con mayúsculas en cuanto yo considero el arte una forma de comunicación sutil y poderosa, porque nos toca la parte más profunda de nuestras motivaciones y contribuye a formar nuestra imagen del mundo.
Como no podía ser de otro modo, esa ficción gigantesca, emparentada con Guerra y Paz en su afán holístico, además se disfruta un montón.
Nada más que decir.
Comentarios
Publicar un comentario